Tras diez años, ahí es nada, desde la publicación de aquel hilarante post-diccionario de "Granaino", creo llegado el momento de ampliar vuestro conocimiento de dichos, palabros y retruécanos... Gracias a un interesante trabajo de investigación de don Enrique Fernández de Piñar Garzón:
"EXPRESIONES POPULARES DEL ESPAÑOL QUE NACIERON EN GRANADA: HISTORIAS, LEYENDAS Y PERSONAJES DETRÁS DEL LENGUAJE COTIDIANO
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Granada no solo ha dejado huella en la historia a través de sus monumentos, su música o su gastronomía. También lo ha hecho en algo tan cotidiano y cercano como el lenguaje. En las calles del Albaicín, en las plazas de la Vega o en los pueblos de la Alpujarra han nacido expresiones que, con el paso del tiempo, han cruzado fronteras para instalarse en el español de todos. Dichos que hoy pronunciamos sin detenernos a pensar de dónde vienen, pero que hunden sus raíces en personajes singulares, episodios históricos y leyendas populares granadinas.
Algunos de estos giros lingüísticos nos parecen tan naturales que rara vez los cuestionamos: ¿por qué decimos “apaga y vámonos” cuando algo ha terminado? ¿Qué historia se esconde tras la frase “eres más feo que Picio”? ¿De dónde procede esa ironía tan granadina de la “malafollá”? ¿Quién fue el Niño de las Gabias, al que aún invocamos para hablar de testarudez o de cabezas grandes? Y qué decir de expresiones cargadas de historia, como “hacer las cuentas del Gran Capitán”, “que salga el sol por Antequera” o “no hay moros en la costa”, nacidas en escenarios bélicos y convertidas en frases comunes que todos reconocemos. Incluso la más irreverente, “el coño de la Bernarda”, hunde sus raíces en la tradición oral granadina y ha pasado a simbolizar el caos absoluto.
Cada una de estas expresiones guarda tras de sí una pequeña cápsula de historia, una mezcla de realidad, mito y retranca popular. Algunas nacieron de personajes reales que dejaron huella por su singularidad, otras de episodios históricos que marcaron a Granada y sus gentes, y otras de leyendas transmitidas de boca en boca hasta hacerse proverbiales. Lo fascinante es que, siglos después, todas siguen vivas en el lenguaje y continúan usándose como si fueran creaciones recientes.
Este recorrido por el origen de ocho de las expresiones más conocidas del español nos invita, en definitiva, a redescubrir Granada desde un prisma distinto: el de la lengua y el humor, la ironía y la memoria. Porque Granada no solo se admira en la Alhambra o se saborea en una tapa: también se escucha y se reconoce en las palabras que decimos sin saber que, en algún momento de la historia, empezaron a pronunciarse en sus calles.
MALAFOLLÁ
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La palabra malafollá se utiliza hoy para describir un rasgo muy asociado al carácter granadino, entendido no como mala educación ni como un genio irascible, sino más bien como una forma de ironía seca, borde en apariencia, pero cargada de retranca. Así lo recogen tanto la prensa local como diversos autores granadinos, que insisten en que se trata de una forma particular de humor directo y sin adornos.
En cuanto a su etimología, la base más sólida está en el verbo follar, que en su primera acepción tradicional significa “soplar con el fuelle” —derivado del latín follis, es decir, fuelle—. A partir de ahí, se interpreta que malafollá es la contracción popular de “mala follada”, es decir, un mal soplado o un mal manejo del fuelle. La evolución hacia la forma actual se explica por fenómenos fonéticos propios del andaluz oriental, como la pérdida de la -d- intervocálica en terminaciones -ado/-ada y la apócope en el habla cotidiana, que convierten “follada” en “follá”.
La versión tradicional más repetida sobre su origen apunta a las herrerías del Albaicín y del Sacromonte. Se dice que cuando un aprendiz no manejaba bien el fuelle y no lograba mantener la temperatura adecuada del fuego, el maestro le reprochaba con un “¡qué mala follá tienes!”. De ahí habría pasado al sentido figurado, para referirse a un mal aire o a un talante áspero. Ahora bien, aunque la anécdota es citada en numerosos medios locales y recopilaciones divulgativas, no existe ningún documento histórico que confirme de forma directa este nacimiento; se trata de una etimología popular muy extendida, pero sin prueba documental.
En los diccionarios, la palabra malafollá no aparece como entrada en el DLE de la RAE, aunque sí figura el verbo follar en su acepción antigua de soplar con el fuelle. Otros repertorios más modernos, como el diccionario de la Fundación BBVA, sí recogen mala follada o malafollada con el sentido de mal carácter o mal talante, lo que respalda el significado actual desligado del valor sexual que adquirió el verbo en época más reciente.
Existen además dos obras clave que han fijado el concepto en la cultura local contemporánea: La malafollá granaína de José G. Ladrón de Guevara, publicada por primera vez en 1990 y reeditada en varias ocasiones, y el Manual del perfecto malafollá de Andrés Cárdenas (2016), que actualiza la definición en tono satírico y divulgativo.
Aunque su identidad está marcada sobre todo en Granada, hay testimonios de que también se emplea en provincias vecinas como Jaén, si bien siempre con referencia al “sabor granadino” que la ha hecho famosa. En los medios andaluces suele explicarse como un humor seco y punzante, más que como una señal de grosería.
En definitiva, la malafollá tiene una base etimológica firme en el antiguo verbo follar con el sentido de soplar el fuelle, una explicación fonética coherente que explica la evolución de la palabra, y un relato legendario de herrería que ha servido de etimología popular. No hay pruebas documentales directas de su origen, pero su fuerza cultural ha convertido el término en un auténtico emblema del carácter granadino.
APAGA Y VÁMONOS.
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La expresión “apaga y vámonos” se utiliza en la actualidad con dos sentidos principales. Por un lado, sirve para señalar que algo ha llegado a su fin, como quien dice “se acabó lo que se daba”. Por otro, se emplea cuando nos encontramos ante una situación absurda, disparatada o escandalosa y la reacción lógica es abandonar el lugar, como si literalmente se cerrara y se apagaran las luces antes de marcharse. La propia Real Academia Española la define como una locución que se usa tanto al conocer que algo toca a su término como al presenciar algo muy fuera de lo común o excesivo.
En cuanto a su origen, una de las versiones más repetidas por la tradición sitúa la anécdota en Pitres, un pequeño pueblo de la Alpujarra granadina. Allí, dos sacerdotes competían por ocupar la plaza de capellán castrense y decidieron resolverlo con una apuesta: ganaría quien oficiara la misa en menos tiempo.
El primero de ellos, dispuesto a no perder un instante, se presentó en el altar y, sin seguir el orden litúrgico habitual, pronunció directamente la fórmula latina Ite, missa est, es decir, “la misa ha terminado”. De esa manera dio por concluida la ceremonia de inmediato. El segundo sacerdote, viendo imposible superar semejante atajo, reaccionó entre la resignación y el enfado y se dirigió al monaguillo con una frase que pasaría a la posteridad: “¡Apaga y vámonos!”. Con ello no solo puso fin a la misa, sino también a la peculiar competición.
Este relato fue recogido por varias fuentes literarias e históricas. Luis Montoto Rautenstrauch lo incluyó en 1888 en su obra Un paquete de cartas, dándole ya un carácter figurado y familiar. Antes, en 1879, el presbítero José María Sbarbi lo había publicado en El Averiguador Universal como “una historieta andaluza” sucedida en Pitres. Y en 1903, la revista Alrededor del Mundo lo narró con tintes folclóricos, añadiendo incluso detalles como que la misa coincidió con la fiesta de San Roque y que los protagonistas iban algo alegres de copas.
Pese a lo pintoresco del relato, no existe ninguna evidencia documental de época que confirme el episodio en los siglos XVI al XVIII. Todo lo que sabemos proviene de versiones literarias y folclóricas del siglo XIX en adelante. Con el paso del tiempo, esa anécdota se consolidó como explicación popular de la expresión, aunque los especialistas coinciden en que debe considerarse más bien una etimología legendaria que un hecho histórico demostrado.
En conclusión, “apaga y vámonos” es hoy un modismo muy extendido en todo el español que significa dar por concluido algo de forma abrupta o reaccionar ante lo absurdo. Su supuesto origen en la pugna de dos curas de Pitres ha pasado a la tradición, pero carece de pruebas documentales directas; lo que tenemos son narraciones que circularon en la literatura costumbrista y satírica del XIX, suficientes para que el dicho granadino se convirtiera en patrimonio lingüístico común.
MÁS FEO QUE PICIO.
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Una de las versiones más difundidas y entrañables en la tradición granadina cuenta que Picio —cuyo nombre real fue, según algunas fuentes, Francisco— era un zapatero de Alhendín, una localidad cercana a Granada. En un momento crítico de su vida, fue condenado a muerte; sin embargo, cuando ya estaba en capilla, recibió inesperadamente la noticia de que su condena había sido revocada.
La sorpresa fue tan descomunal que su cuerpo reaccionó de forma drástica: perdió todo el cabello, incluidas cejas y pestañas, y comenzaron a aparecer extrañas protuberancias y tumores en su rostro. El individuo quedó tan desfigurado que se convirtió en el paradigma de la fealdad para todos los que lo conocieron.
Ante tal transformación, Picio optó por escapar de la realidad cotidiana: primero se refugió en Lanjarón —donde, por su deformidad, mantuvo siempre puesto un pañuelo que le cubría la calva y evitaba entrar en la iglesia—, y luego se trasladó a la ciudad de Granada, donde falleció poco después.
Fue gracias al teatro cómico que su figura comenzó a trascender el ámbito local. El famoso actor Isidoro Máiquez incorporó a Picio como personaje en sus obras, interpretándolo con máscaras o maquillajes que resaltaban su fealdad. Estas representaciones recorrieron los escenarios de toda España, y de ahí la frase “eres más feo que Picio” saltó al folclore y la literatura.
La expresión se popularizó tanto que ya en el siglo XIX figura en diversas obras literarias. Por ejemplo, Pedro Antonio de Alarcón la utilizó en su novela El Sombrero de tres picos (1874): “El tío Lucas era más feo que Picio” . Más tarde, la RAE la incluyó en el diccionario, definiéndola como una forma familiar y figurada de referirse a alguien extremadamente feo.
En resumen: lo que comenzó como una tragedia personal —una transformación física llevada al extremo por la impresión del indulto— terminó convirtiéndose en modelo cultural de la fealdad tan arraigado que hoy sirve como frase coloquial en toda España.
EL COÑO DE LA BERNARDA
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La expresión “el coño de la Bernarda” se utiliza hoy para describir un completo desorden, un caos donde cada cual hace y deshace a su antojo sin que exista coordinación alguna. Con ella se señala un estado de confusión generalizada, aplicado tanto a situaciones como a lugares, y aunque resulta grosera, se usa con frecuencia en tono coloquial o irónico para remarcar el desbarajuste absoluto.
En lo relativo a su etimología, no existe una explicación filológica asentada ni está registrada como tal en el diccionario de la RAE. El término surge de la unión de un personaje femenino, Bernarda, con el órgano sexual femenino convertido en símbolo de descontrol y acceso indiscriminado. En repertorios modernos y corpus de uso sí aparece recogida con el sentido de barullo, confusión o falta de orden, lo que confirma su arraigo en el habla popular, aunque siempre marcada como vulgar.
El relato tradicional más repetido sitúa su origen en Granada, en torno a una santera llamada Bernarda que habría vivido en las Alpujarras durante el siglo XVI. Se cuenta que mezclaba rezos cristianos y musulmanes para curar enfermos, y que, tras su muerte, cuando se abrió su tumba, se descubrió que sus genitales permanecían incorruptos, lo que llevó a considerarlos casi una reliquia. Esa fama habría convertido su sexo en símbolo de prodigios y, con el tiempo, en metáfora de confusión y de acceso colectivo. Existen también otras variantes: en Ciudad Real se habla de una curandera rural que sanaba animales con el mismo recurso, mientras que en Sevilla la leyenda toma un rumbo distinto y describe a Bernarda como una prostituta muy solicitada, cuyo cuerpo se convirtió en emblema de promiscuidad y caos. Ninguna de estas versiones, sin embargo, está documentada con pruebas históricas directas y todas forman parte de la tradición oral y el folclore.
En los repertorios lexicográficos académicos no se encuentra la expresión, pero sí se recoge en diccionarios de uso moderno y en foros lingüísticos, donde se define como sinónimo de desorden y falta de control. Además, artículos de divulgación en medios como Granada Hoy o Yorokobu han contribuido a recopilar y difundir las distintas leyendas, reforzando su presencia en la cultura popular contemporánea.
En definitiva, “el coño de la Bernarda” es una expresión coloquial de fuerte carga expresiva que ha trascendido su posible origen legendario para convertirse en un recurso común del español. No existen pruebas históricas que avalen ninguna de las historias atribuidas a la misteriosa Bernarda, pero la fuerza del mito, sumada a su crudeza y su capacidad para ilustrar el desorden más absoluto, la han consolidado como una de las frases más pintorescas y extendidas de nuestro idioma.
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La expresión “que salga el sol por Antequera” se emplea hoy en el lenguaje coloquial cuando alguien toma una decisión sin miedo a las consecuencias, aceptando lo que venga después. Es una manera de subrayar la determinación y el arrojo de quien actúa sin vacilar, aunque la situación sea arriesgada o incierta. En el habla popular se utiliza como sinónimo de “adelante, pase lo que pase” o “sea lo que Dios quiera”.
En lo relativo a su origen, se trata de un dicho con raíces históricas en el contexto de la conquista de Granada por los Reyes Católicos. Durante la campaña final, a finales del siglo XV, los soldados cristianos se encontraban en los alrededores de la Vega y se decía que, aunque el sol amaneciera por Antequera —una ciudad situada al oeste de Granada, es decir, en dirección contraria al lugar natural de la salida del sol—, la ciudad sería tomada igualmente. El giro, por tanto, nació como una forma hiperbólica de expresar que nada podía ya torcer el destino de la empresa, ni siquiera un imposible como que el sol saliera por poniente.
Existen otras versiones más literarias o costumbristas que sitúan la frase en la determinación de los habitantes de Antequera a la hora de encarar batallas o decisiones arriesgadas, vinculando así el topónimo a un espíritu de coraje y firmeza. Sin embargo, la explicación más asentada es la que la relaciona con la toma de Granada en 1491, cuando la expresión reflejaba la convicción de que, ocurriera lo que ocurriera, el desenlace sería favorable para los cristianos.
En los diccionarios de uso del español la frase se recoge como locución proverbial, con el sentido de actuar sin vacilación o con decisión, mientras que en los repertorios de refranes andaluces aparece específicamente vinculada a la ciudad de Antequera. Autores como Correas, en sus colecciones de refranes, ya daban cuenta de expresiones similares en el Siglo de Oro, lo que respalda su antigüedad.
En definitiva, “que salga el sol por Antequera” es una expresión que combina historia y metáfora. Nacida como un giro hiperbólico en la campaña de Granada, ha sobrevivido durante siglos en el refranero español y sigue usándose hoy para subrayar el valor y la resolución ante cualquier circunstancia. Aunque su origen concreto se rodea de un halo legendario, su fuerza simbólica la ha convertido en un emblema de determinación arraigado tanto en Andalucía como en el resto de España.
ERES MÁS CABEZÓN QUE EL NIÑO GABIA
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La expresión “eres más cabezón que el Niño de las Gabias” se utiliza hoy en Granada para señalar a una persona obstinada y testaruda, que mantiene su postura aunque se le den todo tipo de argumentos en contra. De forma paralela, también es habitual escuchar “tienes más cabeza que el Niño de Gabia” cuando se hace referencia, en tono irónico, a alguien con la cabeza físicamente grande. Ambas fórmulas se han consolidado en el habla popular como sinónimos de tozudez extrema o de exageración física.
En lo relativo a su origen, la frase está vinculada a un personaje real, Manuel Fernández Baena, nacido en Las Gabias en 1868. Desde niño padeció hidrocefalia, una enfermedad congénita que hizo crecer su cráneo hasta dimensiones extraordinarias, duplicando con creces el volumen de una cabeza normal. Este aspecto lo convirtió en objeto de burlas y en personaje singular de la comarca, conocido en vida como “el Niño de las Gabias”.
Su historia, sin embargo, no terminó en lo anecdótico. Tras su muerte en 1917, su cráneo fue donado a la Facultad de Medicina de Granada, donde se estudió como caso excepcional y sirvió para comprender mejor la hidrocefalia y avanzar en tratamientos médicos. Así, su peculiaridad física trascendió en el tiempo, convirtiéndose no solo en motivo de chanza popular sino también en aportación científica de interés.
Con el paso de los años, la figura del Niño de las Gabias pasó a formar parte de la memoria colectiva. En la propia localidad se levantó un busto en su honor, y su nombre se asocia a la comitiva de gigantes y cabezudos de la Tarasca granadina. La gente del pueblo reivindica hoy su recuerdo con cierto orgullo, reconociéndolo como parte de la identidad local.
En definitiva, “eres más cabezón que el Niño de las Gabias” y su variante “tienes más cabeza que el Niño de Gabia” son expresiones nacidas de un personaje real cuya condición física extraordinaria derivó en un dicho proverbial. Lo que en origen fue una peculiaridad médica se convirtió en legado cultural, y todavía hoy su nombre sirve para representar, con retranca y humor granadino, la tozudez y la exageración.
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La expresión “hacer las cuentas del Gran Capitán” se utiliza hoy para referirse a explicaciones exageradas, absurdas o poco claras que alguien da al justificar un gasto o una acción. Se aplica tanto en contextos económicos como en cualquier situación donde una persona intenta dar razones inverosímiles, infladas o disparatadas, y suele usarse con un matiz humorístico o irónico.
En lo relativo a su origen, la frase está asociada a Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán (1453-1515), uno de los militares más célebres de la historia de España. Tras sus exitosas campañas en Nápoles al servicio de los Reyes Católicos, y después de haber consolidado la hegemonía española en Italia, Fernando el Católico le pidió cuentas de los cuantiosos gastos ocasionados en la guerra. El general, molesto por lo que interpretó como una falta de confianza hacia él —a quien se debía en buena medida la conquista—, respondió con un listado de gastos desmesurados y ficticios, conocidos desde entonces como “las cuentas del Gran Capitán”.
En este famoso inventario satírico, tal y como ha llegado hasta nosotros por la tradición literaria, se incluían conceptos como cien millones de ducados en picos, palas y azadones “para enterrar a los enemigos muertos”; ciento cincuenta mil ducados en frailes y monjas “para que rogasen a Dios por las almas de los soldados caídos”; cien mil ducados en guantes perfumados “para preservar a las tropas del hedor de los cadáveres”; y ciento sesenta mil ducados en campanas “para repicar las victorias”. Finalmente, concluía que, por la paciencia de haber soportado el reproche del rey, se debían otros cien millones de ducados.
Aunque no se conserva documentación original de esta respuesta ni constancia oficial de que Gonzalo de Córdoba la diera en esos términos, la anécdota fue recogida en crónicas y obras literarias posteriores, como las de Luis del Mármol Carvajal o Antonio de Guevara, que contribuyeron a fijar el mito. La fuerza de la narración, junto al carácter extraordinario del personaje, hicieron que se consolidara en el refranero como símbolo de cuentas imposibles de justificar.
En los diccionarios del español, la locución aparece definida como “dar explicaciones inverosímiles o exageradas, especialmente sobre gastos”. Su uso se ha mantenido hasta hoy tanto en la lengua culta como en la popular, lo que demuestra la vigencia de un dicho nacido en el Renacimiento y convertido en recurso expresivo de primer orden.
En definitiva, “hacer las cuentas del Gran Capitán” remite a un episodio legendario vinculado a la figura histórica de Gonzalo Fernández de Córdoba. Más allá de la veracidad documental, lo cierto es que el relato ha pasado de generación en generación y sigue vivo como metáfora de justificaciones disparatadas. Su valor simbólico convierte a esta expresión en una de las herencias lingüísticas más notables que Granada y su hijo ilustre han dejado al idioma español.
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La expresión “no hay moros en la costa” se emplea hoy de manera figurada para advertir de que no existe peligro alguno o que el camino está libre de obstáculos y vigilantes. En el lenguaje coloquial, suele usarse en tono cómplice cuando alguien quiere indicar que no hay nadie observando y se puede actuar con tranquilidad, aunque también conserva el matiz de “no hay amenaza a la vista”.
En lo relativo a su origen, la frase se remonta a la época posterior a la conquista de Granada en 1492 y a las continuas incursiones de piratas berberiscos que, desde la costa norteafricana, asolaban con frecuencia el litoral andaluz. Durante los siglos XVI y XVII, pueblos como Motril, Salobreña, Almuñécar o Adra sufrieron repetidos ataques que incluían saqueos, incendios y secuestros de población para su venta como esclavos en el Magreb. Para prevenir estas incursiones, se construyó una red de torres vigía y atalayas a lo largo de la costa granadina, desde donde se oteaba el mar en busca de embarcaciones enemigas.
Cuando las centinelas no avistaban peligro alguno, avisaban a los vecinos con señales de humo o fuego, indicando que “no había moros en la costa”. De esta manera, la población podía permanecer tranquila, sabiendo que no había amenaza inmediata. El aviso, repetido generación tras generación, acabó convirtiéndose en expresión proverbial más allá de la costa y de su sentido literal, hasta adquirir el valor figurado que conserva hoy en el español general.
En repertorios de refranes y diccionarios históricos, la locución se recoge ya con este sentido de seguridad y ausencia de peligro. Aunque algunos estudios sitúan su posible origen también en Levante (Valencia o Murcia, igualmente asoladas por incursiones berberiscas), lo cierto es que en Granada y su litoral tuvo un uso especialmente intenso, como atestiguan las crónicas de los ataques sufridos por Motril en el siglo XVI.
En definitiva, “no hay moros en la costa” es una expresión nacida del contexto histórico de la defensa del litoral andaluz frente a las incursiones norteafricanas, que ha sobrevivido en el idioma hasta transformarse en metáfora cotidiana. Su carga histórica recuerda la inseguridad de aquellos siglos, pero en el habla moderna se ha desprendido de esa literalidad para convertirse en una fórmula coloquial de complicidad y alivio, todavía viva en todo el ámbito hispánico.
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Estas ocho expresiones nacidas en Granada son mucho más que simples giros coloquiales: son pequeñas piezas de historia viva que han atravesado siglos y fronteras para instalarse en el español de hoy. Algunas surgieron de personajes reales, otras de episodios históricos y otras de leyendas populares, pero todas conservan el sabor local de una tierra que ha sabido mezclar humor, ingenio y memoria en su manera de hablar.
Granada no solo dejó herencia en la piedra de la Alhambra, en los cantares del flamenco o en la literatura de sus poetas: también lo hizo en el habla cotidiana, en esas frases que repetimos casi sin pensar y que, sin embargo, nos conectan con historias sorprendentes. Recordarlas, conocer su origen y mantenerlas vivas es otra forma de celebrar la identidad de un pueblo y de reivindicar que la lengua, como la cultura, también se alimenta de leyendas, ironías y retrancas.
Referencias:
Malafollá
Diccionario de la Real Academia Española (DLE), voz follar.Fundación BBVA. Diccionario del español actual.Ladrón de Guevara, J. G. (1990). La malafollá granaína. Granada: Editorial Comares.Cárdenas, A. (2016). Manual del perfecto malafollá. Granada: Dauro.“La malafollá granaína, rasgo de humor seco”. Granada Hoy (2015).
Apaga y vámonos
Montoto Rautenstrauch, L. (1888). Un paquete de cartas. Sevilla.
Sbarbi, J. M. (1879). El Averiguador Universal. Madrid.
“¿Cuál es el origen del dicho ‘apaga y vámonos’?”. 20 Minutos (2023).
“Apaga y vámonos, origen en Pitres (Granada)”. OKDiario (2025).“De dónde viene la expresión”. Muy Interesante (2022).Rincones de Granada: artículo “Apaga y vámonos” (2018).
Más feo que Picio
“El granadino tan feo que lo incluyeron en el diccionario de la RAE”. El Independiente de Granada (2017).
"Origen de la expresión ‘eres más feo que Picio’”. Escapada Rural (2019).“¿Por qué se dice ‘más feo que Picio’?”. OgoTours (2018).Alarcón, P. A. de (1874). El sombrero de tres picos. Madrid.Rincones de Granada: artículo “Ser más feo que Picio” (2018).
El coño de la Bernarda
Talens, M. (1992). La parábola de Carmen La Reina. Madrid: Debate.“El coño de la Bernarda, origen granadino”. Granada Hoy (2015).“El origen de los dichos: el coño de la Bernarda”. Yorokobu (2019).“El coño de la Bernarda: mito y leyenda”. Historias de Mujeres (2020).Foro WordReference, entrada “el coño de la Bernarda” (2007).
Que salga el sol por Antequera
Correas, G. (1627/1906). Vocabulario de refranes y frases proverbiales. Madrid: RAE.“Que salga el sol por Antequera, expresión histórica”. Rincones de Granada (2017).Diccionario de Refranes de la lengua española, entrada “sol por Antequera”.Diversos repertorios costumbristas andaluces (ss. XIX-XX).
Eres más cabezón que el Niño de las Gabias
Canal UGR. “El Niño de Gabia y el estudio de la hidrocefalia” (2021).Granada Hoy. “Pillos, excéntricos y singulares: el Niño de Gabia” (2021).Reconquista Hispánica: “Tienes más cabeza que el Niño de Gabia” (2020)
Facultad de Medicina (UGR). Patrimonio histórico y antropológico, documentación sobre el cráneo de Manuel Fernández Baena.
Busto en Las Gabias, obra del escultor Javier Casares, inaugurado 2015.
Hacer las cuentas del Gran Capitán
Mármol Carvajal, L. del (s. XVI). Historia del rebelión y castigo de los moriscos de Granada.Guevara, A. de (1528). Epístolas familiares.Diversos refraneros castellanos (siglos XVI-XVII).Diccionario de la lengua española (DLE, RAE), entrada “cuentas del Gran Capitán”.Artículos divulgativos en prensa: ABC Historia, Granada Hoy.
No hay moros en la costa
Diccionario de la lengua española (DLE, RAE), locución “no hay moros en la costa”.Archivo Histórico de Motril: referencias a ataques berberiscos (siglo XVI).“El origen de la expresión ‘no hay moros en la costa’”. Rincones de Granada (2018).“Moros en la costa: el lenguaje de las atalayas”. La Opinión de Málaga (2019).Diccionarios de refranes castellanos, ss. XVIII-XIX."
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