Dominada sucesivamente
por casi todas las grandes civilizaciones que han señoreado por el
Mediterráneo. Sicília ha desafiado el paso del tiempo sobreviviendo
a todos cuantos quisieron dominarla. Solamente el recuerdo de “lo
griego”, como ese primer amor de juventud, fue capaz de doblegarla,
y es que, a veces, Sicília parece Grecia.
Sicília constituye un
compendio de lo que ha sido la historia del Mediterráneo. Sus playas
han contemplado el desembarco de fenicios, griegos, cartagineses,
romanos, árabes, bizantinos, normandos, franceses, españoles,
austriacos... El resultado de todo esto, ha sido una cultura
riquísima en todos los aspectos; desde la tradición oral hasta el
patrimonio arqueológico, pasando por la gastronomía y los
monumentos artísticos. El rico folclore siciliano ha recogido y
re-elaborado el recuerdo de estas invasiones y ha creado, en esta
tierra de la fantasía, paladines con corazas de oro que luchan
contra reyes moros de expresión feroz, vestidos con ricos damascos y
turbantes que coronan con joyas de “las mil y una noches”. Son
los pupi, esas marionetas que la tradición ha
utilizado para explicar a los insulares los episodios más
sobresalientes de su pasado y de su herencia cultural.
Una historia que ha
venido determinada por su posición geográfica, justo en el centro
del Mediterráneo, puente entre Europa y África, entre Oriente y
Occidente, isla siempre deseada además por su belleza y por la
riqueza de su suelo. Sus dones naturales ya fueron alabados por
geógrafos y poetas griegos, que mencionan la fertilidad de las
laderas del Etna y el esplendor de sus ciudades. Aún en nuestros
días, la naturaleza es aquí impresionante: las tortugas bobas ponen
sus huevos en las playas de Lampedusa, pueden encontrarse focas monje
en algunas playas desiertas... Y, además, su carácter de puente
entre continentes, permite que cada año más de doscientas especies
de aves aniden y recuperen energías tras una larga travesía sobre
el mar.
El mar... el mar que
aísla, pero a su vez es camino y comunicación, ese mar, trajo a
Sicília a gentes desde los más remotos orígenes. Según Tucídides,
los fenicios ocuparon toda la isla antes de fundar Cartago allá por
el 814 a.C. Con la llegada de los griegos, un siglo más tarde, los
fenicios se retiraron a la parte occidental de la isla, donde tenian
sus enclaves de Motya, Panormos (Palermo) y Solunto.
Después vinieron los
cartagineses, Roma, varios pueblos bárbaros, los normandos, el Sacro
Imperio Germánico, franceses, catalanes... así hasta la Segunda
Guerra Mundial, cuando se llevó a cabo, aquí, uno de los más
famosos desembarcos realizados por los marines norteamericanos.
Pero si los fenicios
fueron “el primer pueblo” en invadir la isla y transmitir los
avances técnicos y las novedades “de Oriente” a los antiguos
habitantes de Sicília, no hay duda de que fueron los griegos
quienes, a lo largo de varios siglos, convirtieron esta isla en el
principal foco de cultura y civilización del Mediterráneo, hasta el
extremo de que Sicília ha tenido desde entonces más de griego que
de “romano” (lease italiano).
En la antigüedad,
Sicília fue Grecia. En Agrigento, por ejemplo, nació el sabio Empédocles,
quien movido por su afición a la ciencia, fue a instalarse de forma
permanente en la cumbre del Etna, donde falleció como consecuencia
de una erupción. También Píndaro, el gran poeta y autor de
célebres himnos y odas a los campeones olímpicos, sucumbió a los
encantos de esta maravillosa tierra e hizo de Sicília su residencia.
Arquímedes y su famoso “Eureka”, que fue exclamado en una bañera
de Siracusa. Incluso el propio Platón hizo estancia en la isla, y
Homero, quiso que Ulises, el héroe de la gran guerra de Troya,
vivieran en esta ínsula algunas de sus más impresionantes
aventuras.
La primera fundación
griega en Sicília fue Taormina, ciudad amada por
poetas y pintores, así como por varias generaciones de intelectuales
europeos desde el siglo XVIII, en busca de sol y de su armonía.
Fundada en el año 734 a.C., conserva aún un magnifico teatro griego
perteneciente a esa época, reformado más tarde por los romanos, que
se levanta sobre una antigua acrópolis, a 214 metros sobre el nivel
del mar. Balcón sobre el mar y situada frente a la cubierta cumbre
del Etna, aparece como un paraiso “rafaelista”, que bien podría
estar rodeado por los angeles de Boticceli. Desde lo alto de la
colina, la mirada abarca desde el cabo de Sant' Alessio, en el
estrecho de Mesina, hasta las costas calabresas.
El poeta inglés Byron y
el romántico alemán Heine rivalizaron en alabanzas sobre este
lugar, allá por el siglo XIX. Ciudad soñada por los artistas y
creadores, hechizados por su teatro y sus perfumes, entre sus
estrechas callejuelas, en Taormina se respira una atmósfera
“prohibida”. Aquí recalaron Hertz, Wood, Klimt, y sobre todo, el
conde von Geleng y el barón von Gloeden, quienes en estos parajes se
consumieron en mórbidas y turbias pasiones por el candor
mediterráneo.
Nuestra siguiente parada
será Siracusa, una de las “ciudades monumento” que por sí sola
merecería un viaje a Sicília. Cuando el visitante llega a ella, se siente trasladado a los tiempos de la antigüedad. Su teatro griego,
el anfiteatro romano, el gimnasio; un apasionado de la arqueología se
puede volver realmente loco aquí. La ciudad fue fundada en el año
634 a.C. Alcanzó su máximo esplendor en el siglo IV, época en la
que se construyó un teatro excavado en la roca del monte Temenite.
Es uno de los de mayor tamaño que han sobrevivido al inexorable paso
de los años. Tiene un diámetro de 140 metros, y se compone de
graderío, orquesta, un altar de Dionisos en el centro, y el
escenario. Allí se representaban las famosas tragedias de Esquilo,
Sófocles y Eurípides.
Junto al teatro, existe
una enorme gruta, que en época romana, fue utilizada por las
primeras comunidades cristianas a modo de catacumbas, y que es
conocida como “la oreja de Dionisio”. Según cuenta una leyenda,
en tiempos del tirano Dionisio (y ahora regresamos al periodo
griego), se encerraba en ella a los prisioneros atenienses, enemigos
acérrimos de Siracusa, para escuchar desde lo alto, por una abertura
en la roca, los secretos que los prisioneros se susurraban al oído.
Precisamente por los
ataques de los atenienses y la continua amenaza de los cartagineses,
Dionisio de Siracusa, uno de los tiranos más afamados del “mundo
clásico”, se vio obligado a ampliar los muros defensivos de la
ciudad, entre los años 402 y 397 a.C., y construir una magnífica
fortaleza, conocida con el nombre de Eurialo, en la colina que domina
la ciudad. Este perímetro defensivo de Siracusa, mide 24 kilómetros
y desde la fortaleza se contempla un esplendido panorama. Es ésta,
además, la obra de arquitectura antigua más colosal que nos queda
de la civilización griega.
Otro lugar donde se
conservan testigos de esta época es en el museo arqueológico Paolo
Orsi, considerado uno de los más ricos e importantes del mundo. Se
encuentra en el parque de Villa Landolina, en el paseo Teócrito.
En la centuria que va
desde mediados del siglo VII a mediados del siglo VI a.C., se habían
fundado en Sicília otras dos importantes colonias griegas, Selinunte
y Agrigento. La primera se convirtió muy pronto en una de las
ciudades más importantes de la isla, lo que atrajo la atención de
los cartagineses, que la sitiaron en el año 409 a.C., destruyéndola
completamente y aniquilando a todos sus habitantes. Su atormentada
historia ha dejado sobre el terreno colosales capiteles y trozos de
columnas, bloques ciclópeos, etc. sobre la acrópolis se encuentran
los famosos templos A, B, C y D dedicados al culto de diversos dioses
del Olimpo, así como numerosos edificios civiles. Al este, sobre la
colina, se encuentran los restos de los templos de Hera, Athenea y
Apolo.
Por carretera, la ruta
que une Selinunte con Agrigento es una orgía para los sentidos,
entre zonas de matorrales mediterráneos y playas de arena blanca. Si
uno levanta la vista para contemplar los pueblos que crecen en las
montañas, vislumbrara las ruinas de antiguas fortalezas construidas
para defender los centros habitados. Siglos más tarde, los romanos
explotaron todos los recursos de este rincón de la isla, que les
debió de encantar brutalmente. Construyeron villas lujosas, como las
de la Plaza Armerina y la de Casale, con sus famosos mosaicos,
trazaron carreteras, promulgaron leyes e introdujeron nuevas modas.
Aunque también, como todos los pueblos que conquistaron Sicília,
depredaron sus riquezas.
En cambio Agrigento hizo
su fortuna traficando con los cartagineses su excelentes vinos y
aceites. Ya el poeta Píndaro la definió como “la mas hermosa de
las mortales”, y fue, tras Siracusa, la segunda colonia helena con
un mayor perímetro amurallado: unos trece kilómetros, una autentica
barbaridad si nos situamos hace casi dos mil quinientos años atrás.
Durante esa época, probablemente vivieron en Agrigento más de
50.000 personas.
Desde la ciudad moderna,
se domina el llamado Valle de los Templos, donde se agrupan un
importante conjunto de ellos, de los siglos VI y V a.C.: el de Zeus
Olímpico, el de la Concordia, el de Hércules y el de Juno. El de la
Concordia ha resistido muy bien los azotes del tiempo y puede
considerarse, tal vez, el templo griego mejor conservado de Italia.
La colonización griega
de Sicília también se hizo notar en el interior de la isla. Tras
atravesar extensiones de prados desiertos, quemados por el sol, y
varios bosques y pueblos situados a los pies de los montes Nebrodi,
se llega al corazón de la isla. Aquí lo griegos construyeron
numerosos santuarios, y más tarde sus sucesores, los romanos,
diversas villas y fortalezas. La carretera sube hasta Enna, la
capital de provincia más alta de Europa, casi a mil metros de
altura. Hay que dejarse llevar y pasear por vía Roma.
Posiblemente nos sintamos
observados por algunos ojos curiosos, e indiscretos, tras las
ventanas y los portales entornados, pero desde luego, tendremos la
sensación de tener Sicília a nuestros pies. Al fondo, a la derecha,
probablemente veamos una delgada columna de humo. Es “su majestad”
el Etna, con la cima casi siempre blanqueada.
Sicília posee una serie
de islas que la acompañan en su navegación mediterránea. Las más
famosas son las Eólicas o Eólias, situadas al norte y este de
Sicília. Es el archipiélago mas numeroso que la rodea, al que se
llega desde Milazzo, cerca de Messina. Son siete pintorescas islas de
origen volcánico en las que hoy habitan unas diez mil personas, pero
en las que no se olvida un dramático pasado de batallas y
devastadoras erupciones volcánicas.
Lipari, es la
mayor y posee varios núcleos habitados. A destacas las antiquísimas
termas de San Caloggero, con un edificio con cúpula, que se remonta
al siglo XV. La costa, con sus peñascos inaccesibles, forma playas
blancas.
Al norte se encuentra
Salina, la única que posee minas de agua dulce,
matorrales mediterráneos y arboles como el castaño y el álamo.
Panarea es la más pequeña y la más vieja,
surgida a consecuencia de la explosión de un volcán submarino.
Stromboli es la más lejana, la más aislada y
afectada por las erupciones, el viento y el mar, pero también la más
cinematográfica, dada a conocer por Rossellini en su famosa película.
Hay más islas que rodean
Sicília y no pertenecen a las Eólias. Están las Égadas, un
pequeño archipielago frente a la costa de Trapani, desde donde salen
los barcos que la conectan con el resto del planeta. La mayor de
ellas es Favignana. Cuenta con escasa vegetación, y los
pocos huertos que existen, están labrados dentro de fosas que los
protegen del viento. Su agua cristalina invita al baño. Levanzo es una isla montañosa y verde, y finalmente Marettimo, la
más alejada, ofrece bellos acantilados.
Luego están las
Pelagias, perdidas al sur de Sicília. La isla de Linosa es la punta
emergente de un volcán, donde las rocas y el verde y azul del mar se
codean con los colores pastel de las casas. Mayor que la anterior, y
más alejada, está Lampedusa, tristemente famosa en los últimos
tiempos por haberse convertido en puerta -falsa- de entrada de la
inmigración ilegal, con sus costas que caen a pico, como
precipicios.
Queda Ustica,
en el norte, cerca de Palermo. Reserva marina desde el año 1986, una
autentica joya con fondos marinos nada contaminados y donde se puede
nadar entre esponjas, ánforas y restos de pecios sumergidos.
De vuelta a casa, no
estaría de más acercarse a una librería y comprar -y leer, por
supuesto- “Viaje a Italia” de Goethe, para comprender que
impresión pudo producir la isla al gran poeta del norte. Nosotros,
gente del sur, seguramente también compartiremos con este gran
amante de Sicília el dolor y la desesperación por tener que
abandonarla. Manteniendo, eso sí, su recuerdo, el del color del mar,
el de los almendros en flor, los olivos, los templos griegos... y las
andanzas, policiales, personales y culinarias, de mi querido
Montalbano... aunque esto, ya es otra historia que contaré en su
momento, como diría el viejo brujo de Conan el Bárbaro.
Y quien quiera otra cosa... que se haga "turista de Tripadvisor".
Paco, te has dejado Pantelería, por hablar de otra importante, isla que me encanto. Con Sicilia también me has tocado el corazón. En Palermo cumplí 35 años llevando un transporte a Atenas, el que te comenté con Ana y Jesús, en Siracusa pasamos mi mujer y yo doce días encerrados gracias a un temporal y salimos enamorados de Ortigia. Si sus islas son interesantes, Sicilia por dentro es una pasada. Tengo muchas ganas de regresar.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Viriato
Pues si que me la he dejado, Maese Viriato, pero no ha sido por descuido, ha sido "a caso hecho"... por guardarme algo para mí solito... (y para Salvo Montalbano, que también es su "refugio secreto")
EliminarSicilia, la visité a finales de los 80. Por desgracia la visita fue tan efímera que pocos recuerdos tengo de ella. Pero algo debió de quedar escondido entre las neuronas que a día de hoy nuestro pequeño velero tiene como nombre Siracusa... Es algo extraño que tanto a mi mujer como a mi nos pasé lo mismo con la isla, nos atrae sobremanera, yo diría que visceralmente...
ResponderEliminarPara este verano una bandera dividida diagonalmente en dos colores, rojo y amarillo, con una trinacria en el centro, ondeará en un obenque del Siracusa.
Para que luego digan que no se puede predecir el futuro..., nosotros sabemos que sin dejar pasar mucho tiempo visitaremos la isla.
Un saludo.
Pues espero que la disfruten, Don Fernando. Que la disfruten y la vivan...
EliminarLlevo una temporada dándole vueltas a un pensamiento, y es que Sicilia, además de tan griega... es tan española... en su geografía, en su historia, en sus gentes...
Claro que es griega Sicilia, casi tanto como Atenas. La Magna Grecia, la Ecumene. Esoy de acuerdo con vosotros, la personalidad de esta isla, por llamarla de alguna forma, es muy poderosa. Aunque tengo un amigo siciliano, que cultivaba gardenias en las faldas del Etna, que salió un dia corriendo para no volver más y me dijo: ¿Te gusta Sicilia? pues te la regalo a ver si eres capaz de sobrevivir. Sabía a lo que se refería pero no dijo nada más; la omertá, ya se sabe.
ResponderEliminarUn abrazo..
Pues a tu amigo, creo que le hicieron "una oferta que no podrás rechazar"... pero de las de verdad... y esa es "la pega" de Italia... no solo en Sicilia, también Catánia... mucha "omertá"... y en Córcega ... uffff Por cierto... ¿sabes que por allí cunde la leyenda de que la "omertá" y todo lo relacionado con ella comenzó cuando los aragoneses (y por herencia luego el Reino de España) gobernaban aquellos parajes? Por las rencillas "irresolubles" entre los nobles...
Eliminar