domingo, 8 de marzo de 2015

Sofía, su hijo y cuarenta cabras

Al norte de la Isla de Milos, antes llamada Zephiros, a unas escasa 13 millas, hay un pequeño islote, Antimilos, realmente no es más que un volcán, como otros tantos de los que conforman las Cicladas. OFICIALMENTE, este islote está deshabitado de la humana grey, y sus piedras y matojos solo son hollados por las pezuñas de unas “raras” cabras... parece ser que distintas a todas las demás cabras que habitan las otras islas. Esto debido a que es algo así como un Parque Natural. Este islote de Antimilos, solo tiene una ¿playa? por su lado sur, con poca o ninguna arena, llena de rocas, con un tenedero que, aunque sin mucho fondo, no se lo deseo ni a mi peor enemigo, es el ideal para enrocar el ancla, tal y como los manuales de fondeo indicarían que las anclas se enrocan y se pierden.

Sofía, una de esas “típicas” mujeres griegas (del modelo “jroña que jroña”, para que nos entendamos todos y os hagáis una buena idea del tipo al que me refiero), con una edad indefinida, siempre de luto, desde tiempos inmemoriales diría yo, desde que enviudó debido a un mal golpe de mar, que la dejó sin su marido pescador y con un hijo Ari (nunca he sabido si es Aristóteles o Arístides, ni me ha importado nunca el saberlo); viven OFICIALMENTE en Areti, una pequeña aldea-puerto del norte de la Isla de Milos. Ari, que chapurrea el español además del inglés, anduvo muchos años embarcado “en la mercante”, hasta que las reconversiones, las banderas de conveniencia, las... lo hicieron retornar a su isla.

Sofía y Ari viven de un pequeño huerto, de algo de pescado que Ari obtiene con su barca y vende en la cercana “capital” de la Isla, Adamantas... y de sus cabras... y aquí es donde termina lo OFICIALMENTE de esta historia, porque de tiempo en tiempo, y no transcurre mucho entre uno y otro, Sofía y Ari, se montan en la pequeña barca de Ari, y al ritmo del “poti-poti” del motor diésel, se van hasta Antimilos.

¿Para que?... pues para cuidar a sus cabras... porque cuarenta de aquellas “raras” cabras de Antimilos son suyas.

En esos días que pasan en el islote, recogen y matan algunos chotos (cabritos les llamareis vosotros), “descastan” algunas cabras viejas y recogen algunas “hierbas mágicas” que una vez convenientemente secas, Sofía utiliza en aromatizar aceites que curan la piel “acartonada” por la mar y en infusiones que todo lo sanan. Durante esos periodos que están en Antimilos, viven en una pequeña casa, extrañamente sin pintar de blanco y añil, que se confunde con la propia piedra de la isla y no eres capaz de verla hasta que estás en la misma puerta.

Así que, aunque OFICIALMENTE, Antimilos está deshabitada, allí también vive Sofía, su hijo Ari y cuarenta cabras (hay mas, pero no son de ellos). Supongo que ahora mi admirada Ana habrá comprendido mi comentario.

Para los que no me conocen personalmente, diré que soy algo “asocial”, me gusta “desaparecer” de vez en cuando. Además de “Gordo, viejo y feo”, como yo mismo me describo -así nadie se llama a engaños y también me evito el que me lo digan, ya me lo he dicho yo; esto también es autentico “humor granaíno”, aliñado con algo de malafollá -por otra parte tan típica de mi tierra-). En una de estas “desapariciones” mías acabé recalando en Milos, así, sin comerlo ni beberlo. Yo había conocido Grecia -la Grecia continental- durante el tiempo que residí allí, en Atenas, por trabajo, durante los “infaustos” JJ.OO. de la XXVIII Olimpiada; pre-juegos, juegos y post-juegos, y ciertamente, mucha piedra, mucha ruina, pero no me gustó, para mis adentros decía aquello de “que bonita sería Grecia sin griegos”, quizás estas opiniones estaban -muy- influenciadas por las personas que me rodeaban, funcionarios, políticos, técnicos “oficiales”... Así que no sé muy bien como es que acabé en ¡una isla Griega!.

Conocí a Ari el mismo día de mi arribada a Milos, llegaba hecho polvo, de haber navegado sin parar desde Malta, de un tirón, así que no andaba yo con muchos miramientos acerca de donde largar el fondeo, y vine a hacerlo frente a su casa, en Areti... Ari, que andaba liado con sus artes y su barca, al ver donde estaba intentando fondear, y utilizando el lenguaje internacional de los signos, me indicó donde hacerlo con seguridad, algo a lo que hice caso, ya sabéis... si el “nativo” te dice por señas... “ahí no, que te vas a hacer puñetas”... hay que dejar a un lado las sabias palabras de “Sta. IMRAY patrona y protectora del buen crucerista” y hacerle caso al nativo.

Tras fondear, y usando el mismo sistema internacional de signos, lo invité a subir a bordo y tomarnos unas cervezas (Alhambra 1925, que hay que ir haciendo patria y todavía tenia reservas). Entablamos conversación en inglés, aunque cuando vio la bandera que llevaba el Ojú el la popa, rápidamente cambiamos al español (chapurreado aunque fácilmente comprensible el suyo). Al rato, bajamos a tierra, y me presentó a su madre, Sofía, la cual me “adoptó” desde el primer momento (Ari se convirtió en una especie de traductor oficial, porque mi griego “clásico”, de la época del bachiller, andaba algo más que oxidado). Total, que entre unas cosas y otras, conocernos, contarnos nuestras vidas e intentar que Sofía pudiera comprender por que un español con “educación” y trabajo lo dejaba todo para irse a navegar el solíto por “esos mares de Dios” pasaron las horas y no queriéndome hacer “el plasta” dije de volver a mi barco.

En ese momento, Ari, me preguntó si pensaba hacer algo al día siguiente, a lo que respondí que dormir y después... nada, pues quería estar un día de “incógnito”, sin hacer la entrada oficial, hasta ver si aquel sitio me gustaba o no -cosa que muy diplomáticamente me abstuve de decir-. Entonces, Ari me pidió si podía llevarlos, cuando me despertara al día siguiente, hasta Antimilos... “que es aquella montaña que se ve allí enfrente”, cosa que acepté al instante con la condición de que me dejaran dormir hasta que me despertara por mi mismo. Ari razonaba que mi motor era mas potente que el suyo, que el Ojú era -mucho- mas grande que su barca, que seguro a su madre le gustaría viajar en un velero alguna vez en su vida... una montaña de bienintencionadas razones, a las que yo no hacia el mas mínimo caso, porque ya había tomado mi decisión... los llevaba, total, para no hacer nada “de provecho” pues ayudaba a aquellas dos personas que me habían acogido de esa forma. En esas quedamos y nos despedimos.

Esa noche, hasta que conseguí dormirme, que fue casi instantáneamente, andaba cavilando acerca de lo diferentes que eran los griegos que había conocido en Atenas a aquellas dos personas.

A la mañana siguiente, una vez despierto, vuelto “al mundo de los vivos” y reconvertido nuevamente en “persona” gracias a una buena dosis de café -soy cafeinomano confeso-, emprendimos la travesía que separa Milos de Antimilos. A motor, plácida y rápida. Durante la travesía, y dado que Ari me tradujo la extrañeza de su madre por el nombre del barco, anduvimos de explicaciones de esa expresión tan andaluza como es Ojú, de sus significados, de sus variantes (Ojú, Ozú, Ajú, Pff...), de por qué le había puesto aquel nombre... todo esto, bien adobado por una “inspección a fondo” del barco por parte de la buena mujer, que de primeras no entendía el concepto de “auto-caravana flotante” que yo le había explicado la noche anterior, ¡no dejó ni un rincón sin inspeccionar! Hasta que con una mirada de aprobación dijo algo así como “ahora entiendo como puedes vivir aquí”.

Fondeo en la dichosa playita “del demonio”... y con la “mini Ojú” expedición de desembarco. Me asombraba la agilidad de aquella mujer, como se movía por el barco, como subía a la mini Ojú, como fue la única de los tres que llegó a tierra completamente seca, ni tan siquiera se había mojado el pico de su negra falda... mientras llevaba en sus manos sus zapatillas y sus medias, también negras.

Tras subir por aquellos malditos peñascos y andarnos medio islote, llegamos a su “casa”... ellos se entretuvieron el resto del día en hacer lo que tuvieran que hacer, yo me dediqué a “descubrir” lo que desde entonces se convirtió en “mi paraíso perdido”.

Al cabo de un -buen- rato, mi estómago andaba cantando ya “la Traviatta” y pidiéndome pitanza... cuando un estupendo olorcillo llegó a mi bien “dotada” -por lo del tamaño- nariz... ¡pies para que os quiero!... en tres zancadas y ocho o nueve brincos me planté en la casa.

Ari había matado y troceado uno de los chotos, y ante mi se presentaba una deliciosa oferta de σουβλάκια (souvlakis) asándose en unas brasas hechas con aquellos yerbajos que cubren toda la isla. Ciertamente no sé de donde salieron los pinchos, la parrilla, los “aliños”... pero ¡que puñeteramente buenos estaban aquellos “pinchitos griegos” de choto!. Puedo prometer y prometo que hasta les saqué brillo a los palitroques.

Entre unas cosas y otras, mientras acabábamos con la pitanza, Sofía, me contó la historia del “barco del tabaco” y algunas otras más, acaecidas en diversas islas. Ari, además de traducir toda la conversación en los dos sentidos, Sofía-yo yo-Sofía, también tuvo tiempo de contarme más de sus “hazañas”, de las las vueltas que había dado durante su vida.

Total, la conversación derivó hacia temas menos “políticamente correctos” y yo expresé mis dudas acerca de los griegos, y a la vez mi extrañeza acerca de como me estaban tratando y acogiendo ellos. En ese momento, evidentemente tras la traducción de Ari, Sofía me “descubrió” el gran secreto... hay distintos tipos de griegos... los “continentales”, a los que yo llamo Atenienses y Espartanos, estos, son los que andan en “políticas”, los que siempre ponen “el cazo” para el fakelaki (el sobrecito), los que cobran un sueldo público sin ir siquiera a trabajar, los que tienen piscina en su casa sin pagar el impuesto correspondiente, los que ocupan un puesto de jardinero para regar las macetas de un ayuntamiento, habiendo otros cinco “jardineros” mas para las mismas cuatro macetas... Estos “Atenienses y Espartanos” no tienen que ser necesariamente de Atenas, o de “Esparta”, o del continente... son los que están “institucionalizados” (como diría Morgan Freeman en “Cadena Perpétua”); y luego están los otros, los de las islas pequeñas... esos griegos normales que tiene que buscarse la vida día a día, sufriendo el “fakelaki”, aguantando a esos “Atenienses y Espartanos”... 

Pero esto ya es otra historia... que contaremos otro día aunque espero que, mientras tanto, me sepáis guardar el secreto de Sofía, su hijo Ari y cuarenta cabras que viven en un islote OFICIALMENTE deshabitado.

6 comentarios:

  1. Ahora ya katalabeno poly kalá. La verdad es que no hay peñasco deshabitado en Grecia, todos tienen sus cabritas. Envidia que me das porque Milos y su entorno es de mis favoritos Grecia, "me gusta", no "comparto".
    Si tu entrada en Grecia fue por Atenas y por trabajo en plenas olimpiadas del trinque sin piedad, no me estraña que no entendieras nada. En Atenas anda todo el mundo con el "anjos", la angustia; la de vivir en una ciudad de 6 millones en un pais de 11. El resto del país parece vacío. Es como si toda la familia se pusiera a vivir en el baño de la casa dejando las habitaciones solitarias. Yo conocí Atenas en otros tiempos, de casas abiertas y gente hospitalaria y solidaria; luego los griegos de la ciudad cambiaron y ser volvieron avariciosos, como dice tu Sofia.

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  2. Huy, no había acabado y se ha enviado solo. Encima con un extraño sin x, sin poder corregirlo.
    Sigo:

    También, parafraseando a Markaris, muchos griegos de ciudad perdieron la capacidad de ser felices con las cosas simples, lo que siempre envidiamos de ellos los demás y lo que nos trajo aquí por otro lado.

    Un abrazo

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    1. ... y entonces me enamoré de Grecia, pero no de la Grecia de piedras, atenienses y espartanos... sino de esa otra Grecia de islas con 100 habitantes, de islas con 40 cabras y un templo, de esa Grecia en la que los griegos intentan vivir el día a día "carpe diem"... lo mejor posible... y la convertí en mi "paraíso perdido de los mares del sur"... todo gracias a Sofía, Ari... Milos y Antimilos... y si, estoy completamente de acuerdo contigo... la isla donde Venus perdió los brazos es especial... y como para no acabar con ella nunca.

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  3. Que historia más bonita y que dientes largos se me han puesto con los souvlakis. La primera vez que pise Grecia fue gracias a Ana y a Jesús, su marido, acompañándoles en el transporte de un velero en noviembre de 1992. El aperitivo de entrada fue Cefalonía, donde me birlaron la cartera y después de pasar por el canal de Corinto (que más se puede pedir) amarrar a pasar la noche en Egina antes de entrar en Atenas a tomar el avión de vuelta a Madrid. Egina me enamoró y Atenas, con su condición de suburbio destartalado me impactó muchísimo. Me impactó la ciudad y no me sentí extranjero entre su gente, a los que, tengo que reconocer, no entendía ni "papa". Al regresar a casa, comente con uno de mis hermanos, que ya la conocía, mi impresión favorable y me tacho de loco. (en su defensa tengo que decir que al regreso de otro viaje suyo a Atenas me dio la razón). He vuelto a Grecia dos veces más y una tercera con mi barco y no puedo más que decir cosa buenas de los Griegos. No es extraño que cada vez mas cruceros atesten sus islas. ¡Por favor que no me las estropeen que tengo que volver!

    Un fuerte abrazo

    Viriato

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  4. Don Viriato... vamos a tener que hacer un día de estos una "kedada" de enamoraos de Hellas... cada uno con su propia visión y su propio enamoramiento... porque cierto es que cada uno tenemos una visión, algunas veces discordante, otras coincidente... sobre Grecia, los griegos...

    Un fuerte abrazo para vuesa merced también.

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  5. Paco, me ha encantado esta historia.
    Un abrazo

    Javi
    (Miss Regina)

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